Desde que nacemos todas y todos necesitamos cuidado para sobrevivir. El cuidado es una necesidad básica y por eso no puede desaparecer, es la actividad que garantiza nuestra existencia cotidiana, pues sin él no podríamos hacer las tareas diarias como estudiar, ir a trabajar o incluso alimentarnos o tener ropa limpia.
Pero… ¿Qué es el cuidado? Actividades como lavar, planchar, barrer, preparar alimentos, brindar asistencia y atención a quienes lo necesitan -como niñas y niños, personas mayores o personas con discapacidad que requieren altos niveles de apoyo-; alimentar a nuestros animales de compañía o incluso regar las plantas son trabajos de cuidado.
Ahora pensemos en quiénes hacen estos trabajos, ¿Quién cuido de ti cuando eras una niña o niño? ¿Quién preparaba el desayuno o tu lonchera cuando estabas en el colegio? ¿Quién sabía qué día pasaba la basura? ¿Quién te ayudaba a hacer las tareas? ¿Quién se encargaba de barrer y trapear tu casa?
Seguramente la respuesta es ‘mi mamá’, ‘mi tía’, ‘mi abuela’, ‘mi hermana’. Ahora piensa en quién hace estos trabajos en la actualidad, ¿Quién prepara los alimentos en tu casa? ¿Quién acompaña a tus hijos o hijas en las clases virtuales? ¿Quién realiza el aseo del hogar?
Históricamente los trabajos de cuidado han recaído de manera desproporcionada sobre las mujeres. Los estereotipos de género y la cultura machista han provocado que la sociedad crea, erróneamente, que las mujeres son quienes deben asumir los trabajos de cuidado.
Esta sobrecarga ha tenido un alto costo para las mujeres, quienes han tenido que dejar de lado sus proyectos de vida, perdiendo su autonomía económica, por cuidar a los demás sin recibir ninguna remuneración.
Solo en Bogotá, 9 de cada 10 mujeres hacen trabajos de cuidado sin remuneración, mientras que solo 6 de cada 10 hombres lo hacen. Ellas destinan, en promedio, 5 horas y 30 minutos a estos trabajos, mientras que ellos solo invierten 2 horas y 19 minutos. (Encuesta Nacional de Uso del Tiempo, ENUT. 2017).
Son ellas quienes permiten que todas y todos podamos realizar nuestros proyectos de vida a costa de sacrificar los propios. Y son ellas quienes sostienen la vida y la sociedad, pues son esos trabajos de cuidado, que no son reconocidos ni remunerados, los que apalancan el desarrollo y la productividad de la ciudad.
Esta sobrecarga no solo implica que las mujeres no puedan formarse para acceder a empleos remunerados, o no tengan tiempo para descansar y cuidar su bienestar, sino que conlleva a que tengan una carga mental que afecta su salud física y psicológica.
¿Qué significa esto? Que, mientras las mujeres están en sus trabajos remunerados o haciendo actividades para su bienestar, su mente está atareada con la planeación, gestión y organización de las labores de cuidado. ¿Qué voy a hacer de almuerzo? ¿Qué hace falta en el hogar?
Esta carga mental, que afecta los pensamientos, las emociones y el cuerpo de las cuidadoras, también permite evidenciar la sobrecarga histórica de trabajos de cuidado de las mujeres al interior de los hogares.
Ante este panorama, relevar a las mujeres de esta sobrecarga es fundamental para aumentar su autonomía económica y mejorar su productividad, y con eso tener un plan de reactivación que sea más equitativo para ellas y así contribuir a cerrar las brechas de género en la ciudad.
Por eso, reconociendo la deuda histórica que ha tenido el Estado con las mujeres y siendo conscientes de la urgencia de relevar a las mujeres de las cargas de cuidado y de devolverles las oportunidades perdidas por esta desigualdad, Bogotá creó el primer Sistema Distrital de Cuidado de América Latina.